Su padre le necesita para atender el ganado pero, pese a todo, él aprovecha sus horas de pastoreo en la sierra para seguir estudiando. Miguel se convierte en un asiduo visitante de la biblioteca de Luis Almarcha, sacerdote y canónigo de la catedral oriolana.
Miguel Hernández empieza a escribir poesías, aproximadamente hacia 1925. Su principal fuente de inspiración es el entorno en el que vive: la huerta, su patio, la montaña, las cabras, el pastoreo, el río, etc. Miguel aprovecha cualquier ocasión para escribir. Incluso tiene que esconderse de su padre, a quien le molesta esa afición poética de su hijo.
Al leer parte de la vida de Miguel Hernández, destacando estos párrafos nos damos cuenta que sus poemas y una de las grandes fuentes de inspiración de ellos fue su oficio cuando era chico, que trabajaba en la huerta, pastoreo, etc.
Esto se puede relacionar con el poema:
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
Que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infamea los pies que idolatro desplegada.
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos ya sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadurade arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.